domingo, 15 de abril de 2012

Capítulo VIII - Hermiógenes, el mersa

Tratando de develar por qué se utilizaba el vocablo ‘mersa’ como sinónimo de baja calidad o mal gusto mis investigaciones me llevaron hasta el siglo XII antes de que los Dorios ocuparan aquella región. Me encontré con la historia de un poeta, el único que existía en Mersia ya que el resto de los escasos pobladores eran comerciantes o simples holgazanes cuya principal actividad era hurgarse con los meñiques las orejas.
Así fue que accedí a una copia, de las pocas que se rescataron de las llamas, de una recopilación literaria de este autor llamado Hermiógenes Calatrava. La obra en cuestión llevaba por nombre ‘Poemas extraordinarios’ título de por sí muy sugestivo y estimulante. Desagradablemente, ya desde los primeros párrafos, me encontré con una sarta de barbaridades y de vocablos irrepetibles que poco tenían de poético.
La cultura de los Mersas estaba poblada de chabacanería, frases vulgares y expresiones bajas y repulsivas que Hermiógenes trasladó a su poesía en forma descarnada. Más tarde comprendí que ‘Poemas extraordinarios’ era la tercera pieza de una trilogía cuyo primer capítulo era ‘Poemas muy ordinarios’ y el segundo se denominaba ‘Poemas por demás ordinarios’. Entendí demasiado tarde que por un error de imprenta la obra de la que extraje la muestra para esta enciclopedia equivocó el título original que era ‘Poemas extra ordinarios’.
Para proteger la calidad editorial de la presente Enciclopedia y a la vez brindar una muestra de la obra de este autor ya que fue único en su estilo, he optado por reemplazar los términos que puedan herir vuestra sensibilidad por el nombre de pájaros, mucho más adecuados al texto poético.
He aquí, entonces, el poema de Hermiógenes, el mersa, intitulado: ‘Estuve cerca’

En nuestro primer encuentro, amada mía,
Sentí que me invadía un aire nuevo,
Tal vez por el polen de aquel día
Me agarró una picazón en el jilguero.

Tu presencia llenó mi universo de color
La pasión me dejaba el alma rota
Te agachaste a oler aquella flor
Y a mi ya me chiflaban las gaviotas

Te tomé de la mano tiernamente,
El sol jugaba entre los pliegues de tu blusa
Traté de no dejar volar mi mente
Cuando asomó entre tus piernas la lechuza

Una escultura te quise regalar
Y el amor se apoderó de aquel momento
Entonces, dispuesto como estaba a modelar
Enterré mi chingolo en el cemento

Tu, contenta con mi regalo entre tus manos
Yo, feliz con tu piel plena de aromas,
De repente llegaron tus hermanos
Y me quedé sin conocerte la paloma.

Espero como recopilador y responsable de esta enciclopedia que reúne obras inéditas de la literatura universal, que el reemplazo de los vocablos inapropiados por el delicado nombre de las aves haya atenuado en algo el carácter desagradable de este poema.

martes, 3 de abril de 2012

Capítulo VII - Hildebrando el prefeta


Otro caso particular en el fascinante mundo de los profetas es el de Hildebrando, el prefeta. La categoría de ‘prefeta’ es poco conocida y casi no existen registros de esta pequeña comunidad de adivinadores que oponen su servicio al de los profetas que adivinan el futuro.
Hildebrando era también llamado ‘el buchón’ o ‘el ortiba’ a raíz de su habilidad para adivinar, no el futuro, sino el pasado.

Algunos se preguntarán qué tiene de fantástico adivinar aquello que ya ha ocurrido y en realidad el hecho formidable es que el prefeta puede corregir errores históricos y echar luz sobre historias que han sido modificadas.

Esto convierte al prefeta en un revisionista histórico pero también, en la mayoría de los casos, transforma a éste humilde guardián de la verdad en un ser deleznable, aborrecido por falsos héroes y tramposos.

Hildebrando desarrolló su habilidad en la isla de Millia en el año 80 a.C. Era frecuente verlo salir corriendo por los polvorientos caminos de la isla perseguido a piedrazos por iracundos aldeanos descubiertos en falta ante sus esposas. Y es que este prefeta no sólo adivinaba el pasado sino que era incapaz de callarlo. 

Sirva como contundente ejemplo el caso del guerrero que estuvo siete meses sin regresar a su hogar y, al volver ileso, juraba a su mujer emocionado hasta las lágrimas, haber sido favorecido por los dioses en una decena de batallas. Hildebrando, que acertó a pasar por el lugar lo corrigió al instante 

- “Pero si tu no has estado en la guerra, sino con una doncella llamada Calia en la isla vecina de Pirea, por eso no presentáis ninguna herida, aunque sí encontraréis un rasguño en el omóplato izquierdo”

Acciones como estas hacían peligrar la vida de Hildebrando a cada momento, y en más de una oportunidad intentaron arrojarlo a las heladas aguas del Mar Tasio para que se le congelara la lengua y todo el resto. Así, durante años, se sumergió en la clandestinidad, resignándose sólo a dejar papiros clavados en la plaza con sus revelaciones, destronando personajes míticos, minimizando proezas de los héroes, sospechando virilidades y dudando sobre comportamientos ejemplares.

Los matrimonios, las jerarquías, las santidades, la honra y las riquezas, el valor y el patriotismo, la honestidad y el pasado inmaculado, todo quedaba en duda cuando Hildebrando clavaba en las puertas de madera sus amarillentos carteles. Fueron esos primitivos carteles y su color característico, el verdadero comienzo de la prensa amarilla, de contenido sensacionalista y escandaloso.

Hildebrando, el prefeta, pronto comprendió que era mucho mejor pago su silencio que sus comentarios. De esta manera, amasó una inmensa fortuna abonada profusamente por nobles, guerreros, senadores, emperadores, labradores, doncellas y sacerdotes. 

Murió extremadamente rico y en el más absoluto silencio a la edad de 56 años.

domingo, 1 de abril de 2012

Capítulo VI - Telémaco Arjonis, el trovador

El caso que hoy nos ocupa es por demás asombroso. Si bien esta enciclopedia se caracteriza por estar habitada por curiosidades históricas y biografías prácticamente desconocidas, no deja de ser un hallazgo que nos enorgullece este capítulo especial que es fruto de años de trabajo de investigación.
Concretamente, estamos en condiciones de someter a la consideración de nuestros lectores la historia de Telémaco Arjonis, el trovador del pueblo. Hijo de Egisto, el navegante y una sirena llamada Eurídice, Telémaco desarrolló desde muy pequeño un sentido musical muy particular. Acompañado por su arpa, era capaz de hacer canciones con frases muy elementales pero que, a pesar de su precariedad, embelesaban a los que las escuchaban.
Esto era adjudicado, en parte, a que su madre era una sirena y es sabido que los cantos de esta especie tienen poderes hipnóticos. Este argumento les sirvió también a los demás chicos de algunas colonias griegas para asegurar que Telémaco era medio pescado.
Lo cierto es que Arjonis creció al ritmo de su fama, y si bien comenzó a cantar en las calles por unas monedas, pronto su público empezó a reclamarle otros escenarios. Lo sorprendente es que crecer como artista no lo llevó a perfeccionar su sintaxis y su prosa era abiertamente chabacana y vulgar.
A sabiendas de que sus canciones tenían un efecto irresistible, le ponía poca atención al cuidado en el armado de los versos y a la forma de expresar sus emociones, aún las más bajas. “Si te agarro te parto” es una de las piezas más reconocidas de este peculiar cantautor, algunos de los versos de esta composición son éstos:


Si te agarro te parto
tierna hija de Afrodita
de tus desaires estoy harto
y de tu fama de maldita.

Tienes más revolcones
que un gladiador romano
empezaré por tus talones
hasta donde llegue mi mano.


Como podemos ver, la composición tiene muy poco de poética, es más bien chocante y hasta repulsiva. Sin embargo las aldeanas desmayaban por temas como éstos y se enamoraban perdidamente de Telémaco que no hacía otra cosa que llenar sus bolsillos de dracmas. La fama de este juglar, devenido en ídolo popular, creció de tal manera que llegó a llenar doce veces el Partenón con una serie de recitales sin precedentes. Tal fue el fenómeno que se dio en torno a su figura originó el nacimiento de la Escuela Arjónica que luego fue retomada por filósofos de la zona y transformada, menos por necesidad que por vergüenza de su origen, en la Escuela Jónica (famosa por sus columnas) que tuvo su apogeo en el siglo VI a.C y cuyos principales exponentes fueron Tales, Anaximandro y Anaxímenes, todos oriundos de Mileto (lugar al que Arjónis le dedicó unos versos irreproducibles) y Heráclito de Éfeso. El rasgo distintivo de esta corriente filosófica se basaba en la tendencia “arjoniana” de ver la realidad de una manera natural, casi salvaje.
Otra característica de Telémaco Arjonis era su uso y abuso de las contradicciones y la convivencia permanente de los opuestos como lo expresara en muchas de sus composiciones como su ya clásica “Agarrame que me caigo”:
Soy un guerrero sin guerra, / un romano sin perra  / ni loba que lo amamante. / Soy un pájaro sin vuelo / que vive besando el suelo / como la trompa del elefante. / Y cuando subo hacia abajo / siento como un desarraigo / y te grito en mi silencio / ¡Agarrame que me caigo!
Heráclito, el representante más importante de esta escuela expresó estos conceptos con mayor nitidez a través de preceptos filosóficos como los siguientes:
La realidad es contradictoria, en su seno se dan elementos opuestos. Los elementos opuestos se necesitan unos de otros. El movimiento como rasgo básico de la realidad tiene su origen en el enfrentamiento, oposición o lucha entre los elementos contrarios.
Pero el descubrimiento más sorprendente de este extenso trabajo es que Telémaco Arjonis es un ancestro directo del popular cantautor contemporáneo Ricardo Arjona, quien desconoce por completo este antecedente histórico, pero resulta ser un reflejo casi exacto de su antecesor griego. 
Si tomamos algunos versos de Ricardo Arjona observamos una coincidencia total en la conformación de la estructura y la temática de las composiciones con Arjonis, el trovador popular. Basta con citar estos casos contundentes:

“De vez en mes con tu acuarela, / pintas jirones de ciruelas, / que van a dar hasta el colchón.”

“…levantarle la falda a la gorda del barrio”

“Acompañame a estar solo… / Acompañame al silencio / de charlar sin las palabras…”

“No es ninguna aberración sexual / pero me gusta verte andar en cueros; / el compás de tus pechos aventureros / victimas de la gravedad / por eso me gustas tal y como eres; / Incluso con ese par de libras de más.”

Y para rematar uno de los versos más llamativos de neto corte “arjoniano”:

Tu reputación son las primeras seis letras de esa palabra / llevarte a la cama era mas fácil que respirar / Tu teléfono es de total dominio popular / y tu colchón tiene mas huellas / que una playa en pleno verano / Has hecho el amor mas veces que mi abuela / y aún no acabas ni la escuela.

El autor de esta enciclopedia se muestra complacido por los resultados de su trabajo pero comparte con los lectores el hecho asombroso de que artistas como Telémaco Arjónis hace muchos siglos y su descendiente güatemalteco, obtengan el beneplácito de un público mayoritariamente femenino en el que producen una histeria inexplicable con piezas musicales de dudoso gusto. Estamos convencidos de que hay formas más agradables de decir las mismas cosas o incluso –piadosamente- no decirlas. Otros autores lo han demostrado sobradamente, pero el éxito tiene sus caprichos y en ocasiones alimenta con sus mieles a personajes que, a pesar de todo, son medio pescados.