martes, 1 de mayo de 2012

Capítulo IX - Tácito, el innombrable



Era usual verlo deambular sólo, recitando a viva voz los inspirados versos que se enredaban en su mente. Algunos pocos certifican la genialidad de sus efímeras producciones, pocas llegaron a perdurar en la piedra y ninguna se recuerda ya.

Frecuentemente sus recitados eran abruptamente interrumpidos por la intervención de alguna modesta catástrofe. Dinteles que se desplomaban, choques de carruajes, accidentes de todo tipo que, para peor, nunca le sucedían al propio Tácito, sino a los que se encontraban cerca de él o se veían tentados de presenciar sus inconclusos espectáculos.

Quizás, dejándose llevar por la exageración y la atracción hipnótica de encontrar un culpable para todos los males, los lugareños comenzaron a huir de su presencia, hacían gestos confusos cuando aparecía de improviso en un lugar público, algunos disimulaban su desagrado y se retiraban en silencio sin siquiera mirarlo, otros, abiertamente, se tomaban los genitales con la mano izquierda a falta de un talismán más decoroso.

Tácito sufrió el oprobio y la ignominia, su poderosa literatura se consumió en la hoguera del temor y la ignorancia. Sólo nos queda de él el dudoso homenaje que se le rinde al presentar como ‘tácito’ al sujeto de la oración que no es nombrado. El sujeto tácito perduró en el uso del lenguaje y hoy se lo estudia sin reconocer la tragedia de aquel hombre atrapado por el capricho del destino.

Tácito murió victima del derrumbe de una columna en la plaza donde recitaba su poema ‘Fortuna’, con el que trataba de alejar las sospechas sobre su persona. En su tumba colocaron una piedra en la cual no se lo nombra.

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